Cada vez que alguien me pregunta de qué trabajo, se me hace difícil explicarlo para que mi interrogador/a se haga una idea más o menos certera de ello. ¿Yo “hago” libros electrónicos? pues si, y no. No escribo el libro, pero si no hago lo que hago, el libro no se puede leer en un soporte “digital”. ¿Y un PDF no se puede leer? Pues si, y no. Un PDF no es más que un archivo para imprimir, leer una página pensada para imprimir en un A4 en una pantalla de 6 pulgadas, como que igual se puede leer, pero no es leer. ¿Qué hago yo? Pues compongo el libro para que pueda ser legible en diferentes dispositivos lectores. ¿Cómo? ¿Componer un libro?. Pues si, los libros se componen, siempre se han compuesto, insisto: siempre. Y de esa profesión desde los tiempos de los tiempos (bueno desde Gutemberg), se ha llamado la profesión de tipógrafo o tipógrafa (que hoy en día se confunde con diseñador/a de tipos de letra, pero no lo es). Yo mismo me he propuesto bautizar mi profesión, y la más descriptiva, de mi trabajo y mi manera de trabajar, es la de “Tipógrafo Digital”.
Este artículo lo escribo en respuesta a éste otro en Actualidad Editorial (Diseñador de libros digitales ¿una nueva profesión?), donde se preguntan sobre una nueva profesión, la de diseñador de ebooks. No voy a entrar a rebatir los puntos que me parecen incorrectos, o poco profundos, o directamente desviados (algunos de ellos me los tomo como erratas como hablar de CS5, suponiendo que quieren hablar de CSS).
Quiero que sirva este artículo también para ayudar a aquellos que realmente quieren dedicarse a ésta ingrata y desagradecida profesión (siempre lo ha sido), aplicable también al libro impreso en papel.
Yo soy diseñador gráfico, aunque eso poco más que la curiosidad me ha servido para ser tipógrafo (bueno y algo de conocimientos básicos sobre tipografía que todo diseñador debe tener). Siempre tuve curiosidad por el diseño de los libros, su maqueta, la compaginación, la tipografía más clásica, etc. Y eso me llevó a usar algunos hilos para contactar con uno de los tipógrafos más importantes en el mundo editorial de Barcelona (aunque os dijera el nombre no lo conoceríais, los tipógrafos son héroes anónimos y silenciosos detrás de nombres setenteros de sociedades en una línea escondida entre las marañas del copyright en los créditos de los libros, eso si lo ponen). Después de unos días de conversación, donde hablamos de muchas cosas, también de los libros y la tipografía, acordamos que me haría de profesor desinteresadamente y me dejó unos 7 u 8 libros muy gordos para que estudiase, nos veríamos cada dos semanas aproximadamente para comentar los libros (bueno, su contenido, claro). Estos libros eran (son) ediciones de los años setenta, el más nuevo del 1974. Cómo podéis suponer no habla de ordenadores, ni impresión digital, ni ninguna de las herramientas (tanto de hardware como software) que tenemos a nuestro alrededor, pero son imprescindibles para ser tipógrafo, dos de ellos de manera importante (bueno es un libro en dos tomos). Más adelante os diré cual.
Primero quiero definir lo que es un tipógrafo, que formación necesita, que supone ser un profesional de la tipografía. Antes quiero aclarar que el término tipógrafo viene de los tiempos en que el método de composición e impresión de los libros impresos era la tipografía, aunque ya no se usa, después se usaron muchas otras técnicas pasando por la fotocomposición, igual la más famosa por sus avances notables.
Un tipógrafo es aquel que hace que el texto, que alguien ha escrito, y que alguien ha editado, sea algo que se pueda leer. La legibilidad del texto no es nada trivial, el interletraje, interlineado, el tipo de letra, los márgenes de página, la construcción de los párrafos, incluso intervienen aspectos del papel y la encuadernación, que son un mundo del que nunca dejas de aprender.
La formación que necesita alguien para convertirse en tipógrafo, sea digital, en papel, o de ambos soportes a la vez, es justamente esa: tipografía. Y no me refiero a las clases de tipografía orientadas a los diseñadores gráficos. Me refiero a tipografía para la composición de libros. De eso no dan clases en ningún lado, hace muchos (más de 30) años que no se publica nada (o casi nada), y pocos profesionales quedan con ganas de transmitir sus conocimientos y experiencia. Otra cosa son las herramientas, cada vez más software que hardware, que un tipógrafo usa o necesita para poder hacer su trabajo, no debemos confundir nunca herramientas con la base de nuestro conocimiento. En el mundo del diseño gráfico estamos cansados de ver auto-proclamados diseñadores por haber hecho un curso de Photoshop, Dreamweaver u otro programa, cuando desconocen lo que es el diseño, el diseño gráfico, y la cantidad de conocimiento teórico que hay detrás. A parte de lo poco práctico que es basar el conocimiento de uno en una herramienta de trabajo, puesto que el día que le falte esa herramienta, se queda sin conocimiento útil.
Una vez se tiene la base de conocimiento tipográfico en composición de libros, hace falta entrar en una vorágine interminable y constante de búsqueda de aquellas herramientas que nos sirven para hacer nuestro trabajo, que cambian de manera cada vez más constante. Al principio un tipógrafo usaba tipos móviles, que fue perfeccionando con la aparición de las diferentes tecnologías de plomo, hasta la fotocomposición, los primeros ordenadores y sus programas de composición hasta los días que vivimos que hacemos lo mismo con el ordenador, con mejoras cada vez más insustanciales para la composición de libros clásicos, pero que nos ayudan a componer revistas y otros productos editoriales en forma de libro.
Un profesional de la tipografía es aquel que sabe solucionar el problema de hacer de un texto escrito, un texto legible, y para ello utiliza una serie de herramientas que conoce y sabe utilizar. Hace varios decenios que éstos están desapareciendo, por muchos factores, y su trabajo se ha dejado de hacer. Hoy en día no encontramos (cuesta bastante) encontrar libros que estén compuestos como los de hace 40 años, con unas composiciones impecables, legibles, usables, cómodas y hasta bonitas (aunque esta belleza sea seguramente una deformación profesional de los que nos dedicamos a ello). Esto pasa por muchos factores, no jugaré la carta del “intrusismo” porque me parece una visión muy victimista. Hemos dejado que los libros los componga un impresor, un diseñador gráfico, incluso un redactor, que ha hecho un curso de InDesign, Page Maker o QuarkXpress y se piensa que sabe componer un libro (maquetar le dicen, maquetar es hacer una maqueta, no componer en ella…) sin entender todo lo que supone la composición de un libro (sea éste un libro de texto, ilustrado, revista…). La cantidad de libros mal compuestos es escandalosa, llega al 80% de nuevas publicaciones, y va subiendo, lo más grave es que el ahorro de que no componga en libro un tipógrafo es mínimo, con lo cual no podemos más que recordar nuestra existencia, e insistir en nuestro factor diferencial: la calidad de la composición.
Hoy en día un tipógrafo se encuentra un reto importante, ya que hasta ahora siempre había un soporte claro de su trabajo: el papel impreso. Y ahora se encuentra que su trabajo tiene que ser compatible con otros soportes, cada cual con sus propias especificidades, restricciones, añadidos, medidas, etc.
Pero es el tipógrafo el que tiene los conocimientos necesarios para afrontarlo, sólo tiene que encontrar aquellas herramientas que le permitan hacer el trabajo con la máxima calidad con las enormes restricciones que suponen los nuevos soportes, y añadir a su conocimiento la inserción de nuevos elementos ajenos hasta ahora del mundo del libro: el audio y el video. Su trabajo es el mismo, la composición del libro, sólo cambia el soporte, y las herramientas que tiene que utilizar. Este cambio nos puede parecer único en la historia, pero la verdad es que el paso del plomo a la fotocomposición fue mucho más traumático y se llevó por delante una parte muy importante de los tipógrafos que no quisieron o no supieron encontrar la manera de utilizar esa nueva herramienta revolucionaria que facilitaba tanto una parte de su trabajo. Estamos en una situación parecida, en la que los tipógrafos buscan con esperanza una manera de reciclar sus herramientas actuales para este nuevo soporte, pero no existe. Cabe decir que esas herramientas (algunas de ellas) se pueden utilizar, pero con ello estamos obteniendo unos resultados fruto de esa incomprensión al cambio, pobres, de mala calidad y que solo pueden utilizarse bajo un paraguas de amateurismo que, en muchos casos, no desentona con la bajada de calidad creciente de la composición de los libros impresos en papel.
Y os diréis: ¡Joder, Jaume! ¡Perdónanos la vida! ¡También queremos ser tipógrafos digitales! ¡Suelta la información!
Y yo os respondo: buscad este libro en dos tomos (en librerías de viejo, buscad en www.iberlibros.com, por ejemplo), leedlos, repasadlos, practicad con un montón de papeles…
… y si acaso después ya podéis estudiar las nuevas herramientas que vais a necesitar para componer libros digitales, que no son más que las siguientes:
Nada más y nada menos, después de eso tendrás que buscar un software que te sea cómodo para componer usando estas tecnologías, pero eso es algo personal, como la marca del bolígrafo, el color de la tinta de la pluma estilográfica o la dureza de la mina del lápiz. Cabe recordar que para sacar todo el jugo a HTML5 necesitamos de un lenguaje de script cono Javascript.
Sólo añadir que no entra en las responsabilidades de un tipógrafo el trato de los metadatos, si no que es un trabajo del editor, aunque no está de más investigar, puesto que los editores no cumplen generalmente con todas sus responsabilidades (yo haciendo amigos, claro que si).