La jerga de nuestro sector, con la irrupción de neotecnólogos y otros perfiles ajenos, está gravemente afectada. Y la generalización de palabras técnicas en sectores «profanos» ha provocado un colapso ya imposible de parar. Pero eso es otro tema.
En realidad quiero hablar de una palabra de uso habitual, generalizado y consensuado: la palabra «editor». Pues —como explicaré más adelante— creo que necesita una actualización a fondo y una solución más acorde con nuestros tiempos, y los que están por venir.
Según el Diccionario de la RAE:
editor, ra. (Del lat. edĭtor, -ōris).
1. adj. Que edita.
2. adj. Inform. Dicho de un programa: Que permite redactar, corregir, archivar, etc., textos registrados en ficheros de símbolos. U. t. c. s. m.
3. m. y f. Persona que publica por medio de la imprenta u otro procedimiento una obra, ajena por lo regular, un periódico, un disco, etc., multiplicando los ejemplares.
4. m. y f. Persona que edita o adapta un texto.
Centrándonos en los sustantivos, tenemos dos acepciones bastante diferenciadas: «Persona que publica por medio de la imprenta u otro procedimiento una obra, ajena por lo regular, un periódico, un disco, etc., multiplicando los ejemplares.» y «Persona que edita o adapta un texto.». Resumiendo, el editor publica y edita. En el DEAIG («Diccionario Enciclopédico de las Artes e Industrias Gráficas», de Euniciano Martín et al., libro que no debería faltar, juntamente con «La composición en Artes Gráficas», en ninguna estantería de consulta de ningún editor de mesa):
editor. Empresario cuyo campo de actividad comercial e industrial es la publicación de libros, diarios, revistas, etc. La figura jurídica del editor es distinta de la del impresor aun en el caso de que las respectivas actividades sean desempeñadas por una misma persona. || En el periodismo anglosajón el vocablo y el cargo de editor tienen un sentido bastante diverso, particularmente en los Estados Unidos, donde equivale aproximadamente a nuestro jefe de redacción de un diario o revista; él es quien selecciona el material para la publicación. [...]
Lo que me interesa de esta definición es la comparación con el inglés, aunque lo hace en el periodismo y no en la edición de libros. La verdad es que en el sector editorial pasa exactamente lo mismo, en inglés editor no es exactamente equivalente a nuestro «editor». En inglés usan dos palabras para las dos actividades que antes hemos resumido que hace un editor (editar y publicar). Editor en inglés es el que edita un texto para que el publisher lo publique. Una empresa editorial en inglés es un publisher que tiene editors contratados para prepararles los textos. Esta diferencia (me permitirán recalcar que me gusta más la solución anglosajona) hace mucho más fácil para el público general conocer el trabajo de un editor. Pero además estamos llegando a un momento en el que el trabajo de un editor y un publisher se está separando cada vez más. En tiempos de externalización, de grandes marcas que publican, de grandes publishers cada vez mayores, el trabajo del editor es cada vez más solitario, más externo y, en definitiva, más lejano al publisher. Lejos quedan ya las grandes editoriales con amplios equipos de editors en plantilla. Hoy cada vez más editors trabajan como autónomos (demasiadas veces como falsos autónomos).
Expongo entonces la necesidad de separar ambas actividades (la de editar y la de publicar) en dos palabras, igual que hacen en inglés. Tampoco tenemos que buscar mucho, ni inventar palabras o cambiarles el significado. Creo que simplemente necesitamos generalizar el uso de una palabra específica para el que publica. Y esa palabra ya existe, según el DRAE:
publicador, ra. (Del lat. publicātor, -ōris).
adj. Que publica. U. t. c. s.
Mi reflexión se transforma pues en propuesta: empezemos a usar «publicador» con el mismo significado que publisher y limitemos el significado de «editor» al mismo que tiene editor en inglés. Es decir convertir «publicador» en un sustantivo que defina un perfil profesional concreto.
Esto tiene especial importancia en un fenómeno que, aunque realmente no tiene nada de nuevo ni está en auge ni nada parecido, se oye en todos lados y crece su nombre como la espuma (es decir en forma de burbuja): lo que en inglés llaman self-publishing y en castellano (segun mi propuesta) deberíamos dejar de llamar «autoedición» para llamarlo «autopublicación». Es un caso importante ya que deja mucho más claro el proceso al que los libros autopublicados son sometidos, es decir que no se editan, se publican.
Aunque como en todos lados hay excepciones, José Martínez de Sousa nos explicó en una charla reciente para la ACETT que él mismo se encarga de todo el proceso de edición de sus libros (con algunas ayudas) y manda el libro listo para publicar a su «publicador». Éste es el único caso de autor autoeditado y no autopublicado que conozco.
De paso esto debe servir para dignificar la figura del editor (con este nuevo significado), frente a la oleada de publicadores que maltratan constantemente el sector aprovechando la confusión semántica.