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El editor eficiente, artículo en Trama & Texturas 18

escrito el 6 de noviembre de 2012

Temas: editorial 

 

La fábula

Os voy a hablar de un espécimen inexistente, de un ideal, de una utopía, de un amor platónico, de… bueno vamos a hablar de un editor eficiente.

 

El editor eficiente es una especie animal —homo optimus prime— que sigue unos procesos muy depurados y optimizados.

Su trabajo empieza con la recepción del manuscrito, que sólo acepta en formatos abiertos y editables y, una vez decidida la publicación, pasa a la mesa —del editor de mesa—. Y aquí encontramos la primera palabrota: XML (acrónimo del inglés Extensible Markup Language, lenguaje de marcas o marcado extensible). El XML —a diferencia de lo que muchos advenedizos, pseudo-editores o directamente jetas y charlatanes dicen por ahí— es un lenguaje para que las máquinas puedan reconocer ciertos patrones mediante una sintaxis convenida. El intercambio de información estructurada entre diferentes plataformas es su cometido principal. El editor eficiente transforma ese manuscrito al lenguaje XML

 

Este archivo, con su correspondiente sistema de control y registro de versiones, será el que se modificará durante el proceso de edición. Más términos nuevos: control y registro de versiones. Directos del mundo de la programación, estos conceptos son indispensables para este editor eficiente, puede saber quién y en qué momento se hacen cambios en el contenido —correcciones—, así como mostrar a cada uno de los profesionales que intervienen dichos cambios cuáles son y porqué se han hecho. Esto siempre se ha llevado a cabo acumulando tachones y anotaciones de diferentes colores en las pruebas impresas, que van viajando por las mesas de correctores, editores y —cada vez más— becarios — precarios—, sistema poco eficiente y con muchos riesgos. Algunos de sus correctores trabajan sobre papel, pero después introducen los cambios en dicho sistema. Este sistema permite acceder y trabajar desde cualquier punto con conexión a internet, así como desde las oficinas centrales del editor, donde se encuentra el servidor.

 

Cuando el texto no tiene errores de estilo, gramaticales, ortográficos o tipográficos, esa versión se considera definitiva. El proceso de edición de mesa no acaba aquí, empieza el proceso de composición. Este editor eficiente publica sus libros en varios formatos o soportes, publica en libro electrónico, en libro impreso y aquellos libros con interés académico, los manda a diferentes plataformas universitarias. En este momento el proceso se parte en dos. Por un lado se empieza a trabajar el contenido para las versiones digitales, y por el otro se prepara el archivo para manda a imprenta. Tanto las plataformas universitarias —las eficientes, como el editor— como los libros digitales tienen como base el lenguaje HTML para el contenido y el CSS para los estilos gráficos.

El primer paso es traducir las etiquetas XML a HTML, paso bastante trivial y automatizable. Al tener el contenido perfectamente etiquetado, semántica, jerárquica y estructuralmente— todo el contenido se transforma como por arte de magia —potagia— en un archivo HTML impoluto. Entonces interviene su gran amigo, el tipógrafo digital. Este profesional, muy eficiente también, hace del texto etiquetado y los estilos de párrafo, sección y carácter un libro. Este libro sólo necesita la vista aguda de un corrector de libro digital que compruebe que no ha desaparecido alguna letra, palabra o párrafo, que los estilos gráficos son correctos y que el código HTML, CSS y XML no tiene errores sintácticos. Una vez estas correcciones ya están pasadas e introducidas en el archivo definitivo ya tenemos el libro digital final. El editor eficiente publica en dos formatos de libro electrónico, así que necesita hacer una segunda corrección más ligera sobre el segundo formato para asegurarse que los estilos y otras características propias de ese formato se aplican correctamente.

De todos estos archivos, hemos generado ya unos cuantos HTML con el contenido etiquetado que será el que cuelga en las plataformas universitarias con las que trabaja.

 

Paralelamente interviene otro tipógrafo, en este caso un tipógrafo a secas, que según los criterios gráficos que el editor le mande aplicar, compone el libro y prepara el archivo para que el libro se pueda imprimir según las indicaciones pertinentes. El editor imprime mayoritariamente en máquinas digitales del continente donde se va a vender y distribuir el libro, así que la mayoría los compagina pensando en una encuadernación fresada. En casos especiales, compone otra versión para la encuadernación cosida, que tiene sutiles diferencias en los blancos. Este archivo también lo manda a algunas plataformas editoriales y académicas menos eficientes, partido por artículos o capítulos.

 

Ya tenemos los archivos preparados para su distribución y venta. El editor eficiente tiene un hándicap importante. Se encuentra que las plataformas existentes son todo, menos eficientes, y le hacen perder el tiempo. Pierde innumerables horas haciendo archivos con metadatos, subiendo a múltiples bases de datos portadas, reseñas, descripciones, muestras, etc. Este editor sueña con un futuro con plataformas a la altura, que justifiquen su nada despreciable mordisco en el precio de venta. De momento es un sueño, un deseo de un futuro mejor.

 

El editor confía así que su trabajo eficiente mantenga unos altos niveles de calidad, de los que hace bandera, sin tener que pagar sobrecostes propios de procesos redundantes e ineficientes tan habituales en el sector.

 

 

La moraleja

Una vez explicada esta fábula, quiero analizar lo que se desprende al desgranarla con detalle y atención.

 

Para empezar, quiero poner el foco en los cambios que supone trabajar con este modelo eficiente frente al modelo más tradicional que reina en las casa editoriales de todo el país. Tenemos un primer cambio importante en el momento en que un libro se compone, que se retrasa al máximo.

Actualmente lo más habitual es componer el libro antes de hacer las correcciones ortotipográficas. En este nuevo esquema la composición se retrasa para tener un archivo común lo más limpio posible. Después de componer las únicas correcciones serán revisiones de contenido y las propias de carácter tipográfico de cada soporte y formato.

Este cambio, aunque parezca trivial y lógico, es clave dentro de los procesos de edición de mesa e implica una modificación en las herramientas de trabajo, tanto de editores como de correctores. No necesariamente implica la corrección en pantalla, hay correctores que solo corrigen en papel, pero supone introducir dichas correcciones posteriormente en el sistema. Eso mientras no aparezcan herramientas más saludables con las que trabajar, o estas sean más asequibles.

Seguimos con más cambios profundos. El lenguaje etiquetado como formato de gestión de contenidos. Aquí viene el maldecido XML. Se habla mucho de este lenguaje, aun sin saber de qué se trata, por ser la base de este nuevo paradigma que se nos echa encima. Pero hay que desmitificar el XML, un archivo de un procesador de textos tiene un formato XML, puede ser un XML muy malo, poco entendible, mal aplicado o no, pero es XML. Un archivo en HTML puede convertirse muy fácilmente en XML, puesto que comparten muchos aspectos —alguna pista da que las dos últimas letras del acrónimo sean idénticas, corresponden a las mismas palabras—. Lo que quiero recalcar es que el XML en si mismo no nos sirve de nada, o nos sirve de poco, necesitamos el contenido etiquetado (o marcado) con sentido de la responsabilidad y la eficiencia.

Vamos a ser realistas. ¿Cómo podemos empezar a trabajar más o menos eficientemente sin morir en el intento? La mayoría de editores no pueden asumir un cambio drástico como este en su funcionamiento. La máquina no para y los humanos —homo sapiens sapiens— tienen sus limitaciones. Bien. Dependerá de varios factores. Lo ideal sería tener herramientas y conocimientos que permitieran fácilmente trabajar el contenido etiquetado, pero no existen. Las que hay en el mercado son caras, poco eficientes y poco escalables. Existen herramientas gratuitas y libres a disposición de los editores, pero implementarlas no es barato. En la mayoría de casos se puede trabajar en una versión simplificada de XML, incluso en HTML. La formación e infraestructura necesarias pueden ser muy simples en este caso.

Hay casos extremos en que me encuentro editoriales donde no es viable tal cambio, ya sea por miedo, por inmovilismo o por la razón que sea. En este caso les recomiendo que usen un procesador de textos hasta el final. Un archivo en ODF o DOCX está en una versión XML muy rudimentaria y chapucera, pero permite trabajar cómodamente a todos los profesionales implicados sin adquirir conocimientos nuevos, solo cambiando el papel por la pantalla y retrasando la composición en pos de la eficiencia editorial.

El siguiente cambio es el proceso de composición digital. La mayoría de editores que venden libros electrónicos no tienen integrado en sus procesos la edición digital de sus libros. Lo consideran un subproducto y lo relegan fuera de sus circuitos de revisión y control de calidad. Eso hace que tengamos por libros electrónicos algo equiparable a imprimir en la oficina el original del autor, graparlo y venderlo como libro a 15 €.

El editor de mesa debe tener conocimientos de los diferentes lenguajes y formatos que se emplean en la composición y producción de un libro digital, ya que tiene que comprobar las diferentes correcciones. Aunque tener conocimientos también permite al editor saber cuando les están vendiendo una moto que no necesita, o que no funciona. Harto estoy de tener que explicar a editores que muchas de las limitaciones que ciertos profesionales y empresas utilizan para justificar la entrega —y facturación— de trabajos de mala calidad. No son más que excusas por falta de conocimientos y profesionalidad. Conocer el producto que tienes entre manos es esencial para el trabajo de editor, y esto, desde hace un tiempo, incluye los libros digitales. Estamos en un momento en que los editores se ven inundados con noticias, mercadotecnia y ofertas de colaboración interesada que les sobrepasa, y muchos se casan con el tercero o cuarto que pasa, orgullosos de no haber comprado la primera moto. El problema es que las motos no dejan de ser motos, y lo que hacemos son libros.

 

Mi recomendación a todos los editores es que se lo tomen con calma, que más vale tarde que mal, corren el riesgo de salir y cargarse la reputación de su empresa. La presión que los medios de comunicación y empresas buitre hacen a los gremios y editores se está traduciendo en jornadas formativas de calidad penosa —transformadas en publicidad engañosa y peligrosa—, en charlas donde los profesionales del sector simplemente no están ni se les espera, y la canonización de profesionales de otros sectores —sobretodo tecnológicos y de marketing— como expertos del libro. Este es el motivo por el cual muchas veces se tacha frecuentemente a los editores cautos de tecnófobos y legos de la mercadotecnia, aunque también los hay.

Una vez el editor tiene los archivos compuestos viene el siguiente paso, y el siguiente cambio. El libro impreso no tiene más misterio, aunque aquí se puede incluir la impresión digital. La impresión bajo demanda libro a libro es un proceso poco evolucionado y, a mi parecer, poco útil para el editor medio en este país. La imprenta digital sí ha tenido una evolución importante en estos últimos años. Las máquinas han mejorado, la calidad ha aumentado y los precios han disminuido. La aparición de rotativas digitales de gran calidad han hecho que la impresión digital sea rentable en tiradas menores de 500, desde un solo ejemplar. Hay que ir lejos de las grandes plataformas digitales para encontrar calidad y buen precio, existen varias imprentas digitales muy buenas en nuestro país, ajenas al bullicio y a la publicidad exagerada. Otro reto es encontrar imprentas al otro lado del charco que permitan una impresión más cercana al lector americano sin que se resienta la calidad. Hoy en día aun no existe un mecanismo que encuentre satisfactorio. Insisto, sin que la calidad se resienta.

El libro digital, en cambio, necesita nuevos procedimientos de distribución y venta. Ésta se hace, forzosamente, por internet, aunque aparezcan plataformas de venta en librerías —algo necesario y saludable, aunque igual no fuera muy rentable— éstas dependerían de un servidor y haría las operaciones a través de los mismos canales cibernéticos. El ingrediente crucial en el intercambio de información de un producto que no tiene dimensión física son los metadatos. Las plataformas de distribución y venta de libros digitales son meros contenedores sin alma que mueven libros como podrían mover fotografías, canciones, dibujos de gatitos o videos de bodas. Lo que necesitan esos contenedores sin alma es algo que entiendan —no van a leer el libro o mirar la portada para saber de qué va o cómo se titula—, necesitan metadatos. Estos metadatos, palabrota que simplemente quiere decir datos sobre otros datos, necesitan un tratamiento profesionalizado y minucioso, ya que son lo único que diferencia nuestro libro digital de otro en ese contenedor desalmado. Y este trato profesional requiere de un nuevo perfil profesional. Si bien es cierto que con las bases de datos —DILVE— de libros impresos ya se manejan metadatos, su uso es dramático y muy poco eficiente —no son pocos los editores que no pueden permitírselo, sin contar el precio desmesurado, o que emplea becarios precarios para rellenar sus tablas—.

 

En definitiva, cambian procesos, cambian conocimientos, cambian perfiles, pero se mantienen profesiones. Curiosamente esto es lo contrario que pregonan los canonizados gurús del libro digital. Curiosamente lo que dicen es que las nuevas profesiones del libro tienen el perfil que se puede ver en su currículo, es decir de carácter tecnólogo o mercadotécnico. Qué curioso.

 

 

Los personajes

En este momento creo que es necesario describir algunas profesiones que intervienen en la edición de libros digitales, que no son más que adaptaciones a los nuevos tiempos de profesiones que llevan siglos ejerciendo sobre la corteza terrestre.

Empezaremos con el «corrector de libros digitales», que revisa el archivo del libro digital. Necesita conocimientos de ortotipografía y tipografía, y su adaptación a las características de cada formato de libro electrónico. Debe revisar también el estado del código del contenido, los estilos y la estructura, así como comprobar su correcta visualización en diferentes dispositivos y pantallas. Tiene que leer el libro para asegurarse que en el proceso de composición el tipógrafo no ha eliminado, añadido o repetido accidentalmente una parte del contenido. Debe revisar también que la estructura del libro es la correcta y que técnicamente se adecúa a los requerimientos de las plataformas a las que va destinada su distribución. No es un trabajo trivial, requiere tiempo, y, por lo tanto, dinero. Pero es importante para garantizar al lector que va a encontrarse lo que cree que está pagando.

El corrector trabaja sobre el libro compuesto por el «tipógrafo digital». El tipógrafo necesita amplios conocimientos de tipografía y bibliología, así como amplias competencias técnicas en continuo reciclaje. Debe estar al día de los cambios en los formatos, estándares, plataformas y fabricantes. Actualmente, en su mayoría, también gestionan los metadatos del libro, pero esta no es una de sus funciones. Es necesario que esta profesión se reivindique y se valorice. El tipógrafo digital es el profesional que resuelve y compone un libro con criterios de legibilidad, estructuración y estética óptimos. Necesita conocimientos de bibliología muy amplios y profundos —incluso más que el tipógrafo de libro impreso— ya que necesita desprenderse de muchas tradiciones o dogmas del libro impreso conociendo qué es tradición —para poderse desprender— y qué es necesidad—para no abandonarla—. Eso requiere mucho estudio y tiempo de investigación.

Otra profesión que gana importancia en el proceso editorial es la gestión de los metadatos y la distribución de los libros digitales. Actualmente es un proceso tedioso y pesado. Cada plataforma y/o distribuidora tiene su sistema, algunas están conectadas con bases de datos como DILVE, pero siempre requieren de la acción de un humano para revisar, mandar y gestionar los tiempos. Hace no mucho, una gran plataforma transoceánica de impresión digital y distribución de libros electrónicos pedía los archivos en DVD que había que enviar por correo postal al sur de España. Otra plataforma,  muy amiga de la primera, orientada a la autopublicación en papel y electrónica, no tenía —ignoro si ya los tiene— mecanismos para subir archivos en formatos de libro electrónico, sólo admitía formatos de procesadores de texto. De nuevo las promesas de interoperabilidad, flujo de datos y archivos, rapidez de comunicaciones y demás chocan con la cruda realidad. Y por ahondar más en la desesperación, la mayor distribuidora de libros electrónicos ibéricos tarda oficialmente un mes —enterito— en distribuir los libros una vez el editor los ha colgado en sus servidores. Inconcebible, llega antes un libro impreso a las librerías que un libro electrónico al servidor de la misma librería en su versión on-line.

 

 

Errores comunes

A lo largo de mi experiencia y la que otros profesionales me han confiado, he visto ciertos errores que se repiten y creo importante conocerlos:

 

  1. Hacer un cambio drástico, rápido y sin planificar una transición asumible por todos los profesionales implicados.
  2. Traducir los mecanismos del libro impreso al libro digital, duplicando procesos y costes asociados
  3. Trabajar el libro digital partiendo del archivo pensado para el libro en papel, como pueden ser el archivo de InDesign, QuarkXpress u otros.
  4. Convertir de un formato a otro mediante automatizaciones con posteriores correcciones.
  5. Usar metadatos pensando en el posicionamiento en vez de poner datos reales, sobre todo se da en las materias y clasificaciones.
  6. No tener criterios unificados para el etiquetaje de los contenidos y los estilos tanto del libro digital como del impreso.
  7. Externalizar a grandes consultoras de programación todo el proceso de edición digital. O a las plataformas distribuidoras que suelen depender de ellas.

 

 

A unificar

Los estándares existen para aumentar la eficiencia en el trato entre diferentes profesionales o empresas. En un sector donde intervienen múltiples profesionales, demasiadas veces externos a la estructura de la casa editorial, se necesitan unos criterios unificados que van más allá de un manual de estilo centrado en cuestiones lexicográficas. Ya existen editores que han unificado los nombres y características de los estilos que se aplican en sus libros impresos, unificando también el programa que se debe usar para la composición. Pero hay que ir más allá. Si soñamos con tener un contenido útil y etiquetado, el nombre de esas etiquetas debe unificarse en todo el proceso, así como los estilos del libro electrónico y del impreso. En esta edición eficiente no cabe la chapucería habitual de los neotipógrafos (Recomiendo leer el artículo «Las nuevas tecnologías en el tratamiento de los textos (Los neotipógrafos)» de José Martínez de Sousa en el primer número de la Revista Española de Bibliología: http://www.uv.es/~barrueco/reb/esp/vol1no1/vol1no1d.html). Se debe separar completamente el contenido de la forma, el texto de los estilos. Los editores deben valorar la inversión de hacer sus propios manuales técnicos más que nunca, es un proceso en el que se debe implicar a todos los profesionales, asesorados o no por profesionales solventes. Varias veces me ha tocado arreglar o rehacer algunos manuales técnicos hechos por consultorías de marketing o de software, a menudo disfrazadas de consultorías editoriales especializadas en el mundo digital. Hay que vigilar, ya que muchos hablan mucho sin saber nada, incluso en grandes ferias editoriales internacionales. En definitiva, hay que imitar los buenos procedimientos que a varios niveles se han dado en el sector del periodismo, mediante manuales de estilo y técnicos, para hacer más eficiente la colaboración entre profesionales.

 

 

Lo que ganamos

Trabajar bajo la premisa de la eficiencia solo tiene un resultado: el ahorro de costes. Costes humanos, económicos, de salud y de paciencia. Con un flujo de trabajo ajustado y optimizado para cada casa editorial se ahorra tiempo, lo que se traduce en un menor coste. Pongamos un ejemplo ficticio pero realista, teniendo en cuenta parámetros de calidad del mismo nivel en el libro impreso y en el digital, coherente con la media actual, que no quiere decir que sea suficiente:

 

Libro de ensayo con lenguaje no especializado (sin necesidad de revisión léxica especializada).

Esquema mayoritario actual, cuento las horas de trabajadores internos y el precio de los externos:

Corrección de estilo: 1250 €

Revisión de la corrección de estilo: 3 h

Composición de libro impreso (incluye introducción de correcciones): 1200 €

Primeras correcciones: 550 €

Revisión de correcciones: 10 h

Introducción de correcciones en la composición

Segundas correcciones: 400 €

Revisión de correcciones: 3 h

Introducción de correcciones en la composición

Últimas correcciones: 90 €

Revisión de correcciones: 1 h

Introducción de correcciones

Generar archivo definitivo para impresión

Generar metadatos ONIX: 15 min

Composición de libro digital: 180 € (este es un precio de mercado actual, que es totalmente insuficiente para los parámetros de calidad que se deberían exigir)

Primeras correcciones: 400 €

Revisión de correcciones: 3 h

Introducción de correcciones

Segundas correcciones: 150 €

Revisión de correcciones: 2 h

Introducción de correcciones

Generar archivo definitivo para distribución

Colgar en servidores los archivos: 2 h

Rellenar metadatos en las diferentes plataformas: 1 h

 

Total facturación de externos: 4050 € + IVA

Total horas de personal propio: 25.15 h

 

Veamos si adaptamos el mismo libro a los nuevos procesos con herramientas eficaces:

Corrección de estilo: 1250 €

Revisión de corrección de estilo: 2 h

Primeras correcciones: 500 €

Revisión de correcciones: 6 h

Segundas correcciones: 200 €

Revisión de correcciones: 1 h

Composición impreso: 1000 €

Composición digital: 180 €

Últimas correcciones impreso: 90 €

Revisión correcciones: 1 h

Introducción de correcciones

Generación archivo definitivo para imprenta

Últimas correcciones digital: 200 €

Revisión correcciones: 1 h

Introducción de correcciones

Generación de archivo definitivo

Generación de metadatos: 1 h

Colgar en servidores: 1 h (se podría llegar a automatizar completamente)

 

Total facturación de externos: 3420 €

Total horas de personal propio: 13 h

 

Esta bajada de costes tan considerable está basada en un proyecto ficticio, de presupuesto pequeño, pero realista y con herramientas que actualmente tenemos a nuestro alcance. Huye también de las consideraciones erróneas de la gratuidad de ciertos nuevos procesos, como si por hacer libros electrónicos debiéramos trabajar gratis.

El ahorro viene de los procesos depurados y optimizados, que permiten al editor de mesa gastar menos tiempo revisando, al tipógrafo recibir un texto mucho más limpio del que se tendrán que hacer menos correcciones, y a todos los profesionales acceder al momento al contenido que tiene que trabajar.

Se ahorran viajes de mensajeros o de los mismos profesionales, se ahorra tóner y papel en la impresión de pruebas (que tenderá a hacerse cada vez más en pantalla, aunque siempre habrá quien no se acostumbre) y el tiempo que requiere todos esto. No solo estamos hablando de dinero, si no de tiempo, y eso nos permitirá poder enfocarlo a mejorar el producto final.

 

 

Conclusión

Estamos ante un reto importante, pero necesario: hacer más eficientes los procesos editoriales. En un momento difícil, en el que invertir tiempo y dinero parece imposible. Pero es el momento idóneo, ya que nos permitirá salir bien parados. Hay que evitar correr a la desesperada y mirar bien por donde pisamos, no sea que vayamos directos a un precipicio, aunque el sendero sea lento y lleno de curvas, siempre será mejor que caer al vacío.

Entre todos debemos volver a las sendas de colaboración y transparencia para que aprendamos todos de todos, ya que si lo que hacemos es, como ahora, huir hacia delante intentando tapar al de al lado, entre todos hundiremos el sector del libro. Nos necesitamos unos a otros para mantener un sector imprescindible. Nadie sobra excepto aquel que pisa a los demás para sobresalir, debemos apartarnos para que se una o se caiga sin arrastrar a los demás.

 

 


 

 

Este artículo apareció publicado en el número 18 de la revista Trama & Texturas, les recomiendo la suscripción, y pueden comprar este número en el sitio web de la editorial en su versión impresa o en PDF. También es muy interesante el blog de la revista.

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