Os voy a hablar de un espécimen inexistente, de un ideal, de una utopía, de un amor platónico, de… bueno vamos a hablar de un editor eficiente.
El editor eficiente es una especie animal —homo optimus prime— que sigue unos procesos muy depurados y optimizados.
Su trabajo empieza con la recepción del manuscrito, que sólo acepta en formatos abiertos y editables y, una vez decidida la publicación, pasa a la mesa —del editor de mesa—. Y aquí encontramos la primera palabrota: XML (acrónimo del inglés Extensible Markup Language, lenguaje de marcas o marcado extensible). El XML —a diferencia de lo que muchos advenedizos, pseudo-editores o directamente jetas y charlatanes dicen por ahí— es un lenguaje para que las máquinas puedan reconocer ciertos patrones mediante una sintaxis convenida. El intercambio de información estructurada entre diferentes plataformas es su cometido principal. El editor eficiente transforma ese manuscrito al lenguaje XML
Este archivo, con su correspondiente sistema de control y registro de versiones, será el que se modificará durante el proceso de edición. Más términos nuevos: control y registro de versiones. Directos del mundo de la programación, estos conceptos son indispensables para este editor eficiente, puede saber quién y en qué momento se hacen cambios en el contenido —correcciones—, así como mostrar a cada uno de los profesionales que intervienen dichos cambios cuáles son y porqué se han hecho. Esto siempre se ha llevado a cabo acumulando tachones y anotaciones de diferentes colores en las pruebas impresas, que van viajando por las mesas de correctores, editores y —cada vez más— becarios — precarios—, sistema poco eficiente y con muchos riesgos. Algunos de sus correctores trabajan sobre papel, pero después introducen los cambios en dicho sistema. Este sistema permite acceder y trabajar desde cualquier punto con conexión a internet, así como desde las oficinas centrales del editor, donde se encuentra el servidor.
Cuando el texto no tiene errores de estilo, gramaticales, ortográficos o tipográficos, esa versión se considera definitiva. El proceso de edición de mesa no acaba aquí, empieza el proceso de composición. Este editor eficiente publica sus libros en varios formatos o soportes, publica en libro electrónico, en libro impreso y aquellos libros con interés académico, los manda a diferentes plataformas universitarias. En este momento el proceso se parte en dos. Por un lado se empieza a trabajar el contenido para las versiones digitales, y por el otro se prepara el archivo para manda a imprenta. Tanto las plataformas universitarias —las eficientes, como el editor— como los libros digitales tienen como base el lenguaje HTML para el contenido y el CSS para los estilos gráficos.
El primer paso es traducir las etiquetas XML a HTML, paso bastante trivial y automatizable. Al tener el contenido perfectamente etiquetado, semántica, jerárquica y estructuralmente— todo el contenido se transforma como por arte de magia —potagia— en un archivo HTML impoluto. Entonces interviene su gran amigo, el tipógrafo digital. Este profesional, muy eficiente también, hace del texto etiquetado y los estilos de párrafo, sección y carácter un libro. Este libro sólo necesita la vista aguda de un corrector de libro digital que compruebe que no ha desaparecido alguna letra, palabra o párrafo, que los estilos gráficos son correctos y que el código HTML, CSS y XML no tiene errores sintácticos. Una vez estas correcciones ya están pasadas e introducidas en el archivo definitivo ya tenemos el libro digital final. El editor eficiente publica en dos formatos de libro electrónico, así que necesita hacer una segunda corrección más ligera sobre el segundo formato para asegurarse que los estilos y otras características propias de ese formato se aplican correctamente.
De todos estos archivos, hemos generado ya unos cuantos HTML con el contenido etiquetado que será el que cuelga en las plataformas universitarias con las que trabaja.
Paralelamente interviene otro tipógrafo, en este caso un tipógrafo a secas, que según los criterios gráficos que el editor le mande aplicar, compone el libro y prepara el archivo para que el libro se pueda imprimir según las indicaciones pertinentes. El editor imprime mayoritariamente en máquinas digitales del continente donde se va a vender y distribuir el libro, así que la mayoría los compagina pensando en una encuadernación fresada. En casos especiales, compone otra versión para la encuadernación cosida, que tiene sutiles diferencias en los blancos. Este archivo también lo manda a algunas plataformas editoriales y académicas menos eficientes, partido por artículos o capítulos.
Ya tenemos los archivos preparados para su distribución y venta. El editor eficiente tiene un hándicap importante. Se encuentra que las plataformas existentes son todo, menos eficientes, y le hacen perder el tiempo. Pierde innumerables horas haciendo archivos con metadatos, subiendo a múltiples bases de datos portadas, reseñas, descripciones, muestras, etc. Este editor sueña con un futuro con plataformas a la altura, que justifiquen su nada despreciable mordisco en el precio de venta. De momento es un sueño, un deseo de un futuro mejor.
El editor confía así que su trabajo eficiente mantenga unos altos niveles de calidad, de los que hace bandera, sin tener que pagar sobrecostes propios de procesos redundantes e ineficientes tan habituales en el sector.
Una vez explicada esta fábula, quiero analizar lo que se desprende al desgranarla con detalle y atención.
Para empezar, quiero poner el foco en los cambios que supone trabajar con este modelo eficiente frente al modelo más tradicional que reina en las casa editoriales de todo el país. Tenemos un primer cambio importante en el momento en que un libro se compone, que se retrasa al máximo.
Actualmente lo más habitual es componer el libro antes de hacer las correcciones ortotipográficas. En este nuevo esquema la composición se retrasa para tener un archivo común lo más limpio posible. Después de componer las únicas correcciones serán revisiones de contenido y las propias de carácter tipográfico de cada soporte y formato.
Este cambio, aunque parezca trivial y lógico, es clave dentro de los procesos de edición de mesa e implica una modificación en las herramientas de trabajo, tanto de editores como de correctores. No necesariamente implica la corrección en pantalla, hay correctores que solo corrigen en papel, pero supone introducir dichas correcciones posteriormente en el sistema. Eso mientras no aparezcan herramientas más saludables con las que trabajar, o estas sean más asequibles.
Seguimos con más cambios profundos. El lenguaje etiquetado como formato de gestión de contenidos. Aquí viene el maldecido XML. Se habla mucho de este lenguaje, aun sin saber de qué se trata, por ser la base de este nuevo paradigma que se nos echa encima. Pero hay que desmitificar el XML, un archivo de un procesador de textos tiene un formato XML, puede ser un XML muy malo, poco entendible, mal aplicado o no, pero es XML. Un archivo en HTML puede convertirse muy fácilmente en XML, puesto que comparten muchos aspectos —alguna pista da que las dos últimas letras del acrónimo sean idénticas, corresponden a las mismas palabras—. Lo que quiero recalcar es que el XML en si mismo no nos sirve de nada, o nos sirve de poco, necesitamos el contenido etiquetado (o marcado) con sentido de la responsabilidad y la eficiencia.
Vamos a ser realistas. ¿Cómo podemos empezar a trabajar más o menos eficientemente sin morir en el intento? La mayoría de editores no pueden asumir un cambio drástico como este en su funcionamiento. La máquina no para y los humanos —homo sapiens sapiens— tienen sus limitaciones. Bien. Dependerá de varios factores. Lo ideal sería tener herramientas y conocimientos que permitieran fácilmente trabajar el contenido etiquetado, pero no existen. Las que hay en el mercado son caras, poco eficientes y poco escalables. Existen herramientas gratuitas y libres a disposición de los editores, pero implementarlas no es barato. En la mayoría de casos se puede trabajar en una versión simplificada de XML, incluso en HTML. La formación e infraestructura necesarias pueden ser muy simples en este caso.
Hay casos extremos en que me encuentro editoriales donde no es viable tal cambio, ya sea por miedo, por inmovilismo o por la razón que sea. En este caso les recomiendo que usen un procesador de textos hasta el final. Un archivo en ODF o DOCX está en una versión XML muy rudimentaria y chapucera, pero permite trabajar cómodamente a todos los profesionales implicados sin adquirir conocimientos nuevos, solo cambiando el papel por la pantalla y retrasando la composición en pos de la eficiencia editorial.
El siguiente cambio es el proceso de composición digital. La mayoría de editores que venden libros electrónicos no tienen integrado en sus procesos la edición digital de sus libros. Lo consideran un subproducto y lo relegan fuera de sus circuitos de revisión y control de calidad. Eso hace que tengamos por libros electrónicos algo equiparable a imprimir en la oficina el original del autor, graparlo y venderlo como libro a 15 €.
El editor de mesa debe tener conocimientos de los diferentes lenguajes y formatos que se emplean en la composición y producción de un libro digital, ya que tiene que comprobar las diferentes correcciones. Aunque tener conocimientos también permite al editor saber cuando les están vendiendo una moto que no necesita, o que no funciona. Harto estoy de tener que explicar a editores que muchas de las limitaciones que ciertos profesionales y empresas utilizan para justificar la entrega —y facturación— de trabajos de mala calidad. No son más que excusas por falta de conocimientos y profesionalidad. Conocer el producto que tienes entre manos es esencial para el trabajo de editor, y esto, desde hace un tiempo, incluye los libros digitales. Estamos en un momento en que los editores se ven inundados con noticias, mercadotecnia y ofertas de colaboración interesada que les sobrepasa, y muchos se casan con el tercero o cuarto que pasa, orgullosos de no haber comprado la primera moto. El problema es que las motos no dejan de ser motos, y lo que hacemos son libros.
Mi recomendación a todos los editores es que se lo tomen con calma, que más vale tarde que mal, corren el riesgo de salir y cargarse la reputación de su empresa. La presión que los medios de comunicación y empresas buitre hacen a los gremios y editores se está traduciendo en jornadas formativas de calidad penosa —transformadas en publicidad engañosa y peligrosa—, en charlas donde los profesionales del sector simplemente no están ni se les espera, y la canonización de profesionales de otros sectores —sobretodo tecnológicos y de marketing— como expertos del libro. Este es el motivo por el cual muchas veces se tacha frecuentemente a los editores cautos de tecnófobos y legos de la mercadotecnia, aunque también los hay.
Una vez el editor tiene los archivos compuestos viene el siguiente paso, y el siguiente cambio. El libro impreso no tiene más misterio, aunque aquí se puede incluir la impresión digital. La impresión bajo demanda libro a libro es un proceso poco evolucionado y, a mi parecer, poco útil para el editor medio en este país. La imprenta digital sí ha tenido una evolución importante en estos últimos años. Las máquinas han mejorado, la calidad ha aumentado y los precios han disminuido. La aparición de rotativas digitales de gran calidad han hecho que la impresión digital sea rentable en tiradas menores de 500, desde un solo ejemplar. Hay que ir lejos de las grandes plataformas digitales para encontrar calidad y buen precio, existen varias imprentas digitales muy buenas en nuestro país, ajenas al bullicio y a la publicidad exagerada. Otro reto es encontrar imprentas al otro lado del charco que permitan una impresión más cercana al lector americano sin que se resienta la calidad. Hoy en día aun no existe un mecanismo que encuentre satisfactorio. Insisto, sin que la calidad se resienta.
El libro digital, en cambio, necesita nuevos procedimientos de distribución y venta. Ésta se hace, forzosamente, por internet, aunque aparezcan plataformas de venta en librerías —algo necesario y saludable, aunque igual no fuera muy rentable— éstas dependerían de un servidor y haría las operaciones a través de los mismos canales cibernéticos. El ingrediente crucial en el intercambio de información de un producto que no tiene dimensión física son los metadatos. Las plataformas de distribución y venta de libros digitales son meros contenedores sin alma que mueven libros como podrían mover fotografías, canciones, dibujos de gatitos o videos de bodas. Lo que necesitan esos contenedores sin alma es algo que entiendan —no van a leer el libro o mirar la portada para saber de qué va o cómo se titula—, necesitan metadatos. Estos metadatos, palabrota que simplemente quiere decir datos sobre otros datos, necesitan un tratamiento profesionalizado y minucioso, ya que son lo único que diferencia nuestro libro digital de otro en ese contenedor desalmado. Y este trato profesional requiere de un nuevo perfil profesional. Si bien es cierto que con las bases de datos —DILVE— de libros impresos ya se manejan metadatos, su uso es dramático y muy poco eficiente —no son pocos los editores que no pueden permitírselo, sin contar el precio desmesurado, o que emplea becarios precarios para rellenar sus tablas—.
En definitiva, cambian procesos, cambian conocimientos, cambian perfiles, pero se mantienen profesiones. Curiosamente esto es lo contrario que pregonan los canonizados gurús del libro digital. Curiosamente lo que dicen es que las nuevas profesiones del libro tienen el perfil que se puede ver en su currículo, es decir de carácter tecnólogo o mercadotécnico. Qué curioso.
En este momento creo que es necesario describir algunas profesiones que intervienen en la edición de libros digitales, que no son más que adaptaciones a los nuevos tiempos de profesiones que llevan siglos ejerciendo sobre la corteza terrestre.
Empezaremos con el «corrector de libros digitales», que revisa el archivo del libro digital. Necesita conocimientos de ortotipografía y tipografía, y su adaptación a las características de cada formato de libro electrónico. Debe revisar también el estado del código del contenido, los estilos y la estructura, así como comprobar su correcta visualización en diferentes dispositivos y pantallas. Tiene que leer el libro para asegurarse que en el proceso de composición el tipógrafo no ha eliminado, añadido o repetido accidentalmente una parte del contenido. Debe revisar también que la estructura del libro es la correcta y que técnicamente se adecúa a los requerimientos de las plataformas a las que va destinada su distribución. No es un trabajo trivial, requiere tiempo, y, por lo tanto, dinero. Pero es importante para garantizar al lector que va a encontrarse lo que cree que está pagando.
El corrector trabaja sobre el libro compuesto por el «tipógrafo digital». El tipógrafo necesita amplios conocimientos de tipografía y bibliología, así como amplias competencias técnicas en continuo reciclaje. Debe estar al día de los cambios en los formatos, estándares, plataformas y fabricantes. Actualmente, en su mayoría, también gestionan los metadatos del libro, pero esta no es una de sus funciones. Es necesario que esta profesión se reivindique y se valorice. El tipógrafo digital es el profesional que resuelve y compone un libro con criterios de legibilidad, estructuración y estética óptimos. Necesita conocimientos de bibliología muy amplios y profundos —incluso más que el tipógrafo de libro impreso— ya que necesita desprenderse de muchas tradiciones o dogmas del libro impreso conociendo qué es tradición —para poderse desprender— y qué es necesidad—para no abandonarla—. Eso requiere mucho estudio y tiempo de investigación.
Otra profesión que gana importancia en el proceso editorial es la gestión de los metadatos y la distribución de los libros digitales. Actualmente es un proceso tedioso y pesado. Cada plataforma y/o distribuidora tiene su sistema, algunas están conectadas con bases de datos como DILVE, pero siempre requieren de la acción de un humano para revisar, mandar y gestionar los tiempos. Hace no mucho, una gran plataforma transoceánica de impresión digital y distribución de libros electrónicos pedía los archivos en DVD que había que enviar por correo postal al sur de España. Otra plataforma, muy amiga de la primera, orientada a la autopublicación en papel y electrónica, no tenía —ignoro si ya los tiene— mecanismos para subir archivos en formatos de libro electrónico, sólo admitía formatos de procesadores de texto. De nuevo las promesas de interoperabilidad, flujo de datos y archivos, rapidez de comunicaciones y demás chocan con la cruda realidad. Y por ahondar más en la desesperación, la mayor distribuidora de libros electrónicos ibéricos tarda oficialmente un mes —enterito— en distribuir los libros una vez el editor los ha colgado en sus servidores. Inconcebible, llega antes un libro impreso a las librerías que un libro electrónico al servidor de la misma librería en su versión on-line.
A lo largo de mi experiencia y la que otros profesionales me han confiado, he visto ciertos errores que se repiten y creo importante conocerlos:
Los estándares existen para aumentar la eficiencia en el trato entre diferentes profesionales o empresas. En un sector donde intervienen múltiples profesionales, demasiadas veces externos a la estructura de la casa editorial, se necesitan unos criterios unificados que van más allá de un manual de estilo centrado en cuestiones lexicográficas. Ya existen editores que han unificado los nombres y características de los estilos que se aplican en sus libros impresos, unificando también el programa que se debe usar para la composición. Pero hay que ir más allá. Si soñamos con tener un contenido útil y etiquetado, el nombre de esas etiquetas debe unificarse en todo el proceso, así como los estilos del libro electrónico y del impreso. En esta edición eficiente no cabe la chapucería habitual de los neotipógrafos (Recomiendo leer el artículo «Las nuevas tecnologías en el tratamiento de los textos (Los neotipógrafos)» de José Martínez de Sousa en el primer número de la Revista Española de Bibliología: http://www.uv.es/~barrueco/reb/esp/vol1no1/vol1no1d.html). Se debe separar completamente el contenido de la forma, el texto de los estilos. Los editores deben valorar la inversión de hacer sus propios manuales técnicos más que nunca, es un proceso en el que se debe implicar a todos los profesionales, asesorados o no por profesionales solventes. Varias veces me ha tocado arreglar o rehacer algunos manuales técnicos hechos por consultorías de marketing o de software, a menudo disfrazadas de consultorías editoriales especializadas en el mundo digital. Hay que vigilar, ya que muchos hablan mucho sin saber nada, incluso en grandes ferias editoriales internacionales. En definitiva, hay que imitar los buenos procedimientos que a varios niveles se han dado en el sector del periodismo, mediante manuales de estilo y técnicos, para hacer más eficiente la colaboración entre profesionales.
Trabajar bajo la premisa de la eficiencia solo tiene un resultado: el ahorro de costes. Costes humanos, económicos, de salud y de paciencia. Con un flujo de trabajo ajustado y optimizado para cada casa editorial se ahorra tiempo, lo que se traduce en un menor coste. Pongamos un ejemplo ficticio pero realista, teniendo en cuenta parámetros de calidad del mismo nivel en el libro impreso y en el digital, coherente con la media actual, que no quiere decir que sea suficiente:
Libro de ensayo con lenguaje no especializado (sin necesidad de revisión léxica especializada).
Esquema mayoritario actual, cuento las horas de trabajadores internos y el precio de los externos:
Corrección de estilo: 1250 €
Revisión de la corrección de estilo: 3 h
Composición de libro impreso (incluye introducción de correcciones): 1200 €
Primeras correcciones: 550 €
Revisión de correcciones: 10 h
Introducción de correcciones en la composición
Segundas correcciones: 400 €
Revisión de correcciones: 3 h
Introducción de correcciones en la composición
Últimas correcciones: 90 €
Revisión de correcciones: 1 h
Introducción de correcciones
Generar archivo definitivo para impresión
Generar metadatos ONIX: 15 min
Composición de libro digital: 180 € (este es un precio de mercado actual, que es totalmente insuficiente para los parámetros de calidad que se deberían exigir)
Primeras correcciones: 400 €
Revisión de correcciones: 3 h
Introducción de correcciones
Segundas correcciones: 150 €
Revisión de correcciones: 2 h
Introducción de correcciones
Generar archivo definitivo para distribución
Colgar en servidores los archivos: 2 h
Rellenar metadatos en las diferentes plataformas: 1 h
Total facturación de externos: 4050 € + IVA
Total horas de personal propio: 25.15 h
Veamos si adaptamos el mismo libro a los nuevos procesos con herramientas eficaces:
Corrección de estilo: 1250 €
Revisión de corrección de estilo: 2 h
Primeras correcciones: 500 €
Revisión de correcciones: 6 h
Segundas correcciones: 200 €
Revisión de correcciones: 1 h
Composición impreso: 1000 €
Composición digital: 180 €
Últimas correcciones impreso: 90 €
Revisión correcciones: 1 h
Introducción de correcciones
Generación archivo definitivo para imprenta
Últimas correcciones digital: 200 €
Revisión correcciones: 1 h
Introducción de correcciones
Generación de archivo definitivo
Generación de metadatos: 1 h
Colgar en servidores: 1 h (se podría llegar a automatizar completamente)
Total facturación de externos: 3420 €
Total horas de personal propio: 13 h
Esta bajada de costes tan considerable está basada en un proyecto ficticio, de presupuesto pequeño, pero realista y con herramientas que actualmente tenemos a nuestro alcance. Huye también de las consideraciones erróneas de la gratuidad de ciertos nuevos procesos, como si por hacer libros electrónicos debiéramos trabajar gratis.
El ahorro viene de los procesos depurados y optimizados, que permiten al editor de mesa gastar menos tiempo revisando, al tipógrafo recibir un texto mucho más limpio del que se tendrán que hacer menos correcciones, y a todos los profesionales acceder al momento al contenido que tiene que trabajar.
Se ahorran viajes de mensajeros o de los mismos profesionales, se ahorra tóner y papel en la impresión de pruebas (que tenderá a hacerse cada vez más en pantalla, aunque siempre habrá quien no se acostumbre) y el tiempo que requiere todos esto. No solo estamos hablando de dinero, si no de tiempo, y eso nos permitirá poder enfocarlo a mejorar el producto final.
Estamos ante un reto importante, pero necesario: hacer más eficientes los procesos editoriales. En un momento difícil, en el que invertir tiempo y dinero parece imposible. Pero es el momento idóneo, ya que nos permitirá salir bien parados. Hay que evitar correr a la desesperada y mirar bien por donde pisamos, no sea que vayamos directos a un precipicio, aunque el sendero sea lento y lleno de curvas, siempre será mejor que caer al vacío.
Entre todos debemos volver a las sendas de colaboración y transparencia para que aprendamos todos de todos, ya que si lo que hacemos es, como ahora, huir hacia delante intentando tapar al de al lado, entre todos hundiremos el sector del libro. Nos necesitamos unos a otros para mantener un sector imprescindible. Nadie sobra excepto aquel que pisa a los demás para sobresalir, debemos apartarnos para que se una o se caiga sin arrastrar a los demás.
Este artículo apareció publicado en el número 18 de la revista Trama & Texturas, les recomiendo la suscripción, y pueden comprar este número en el sitio web de la editorial en su versión impresa o en PDF. También es muy interesante el blog de la revista.
Os cuelgo mi artículo aparecido en la revista Trama & Texturas número 17 (el último) el pasado mayo. Como podréis comprobar está basado en el artículo Control de calidad de libros electrónicos (para editores de todas las tallas) que escribí el pasado enero y que dio bastantes vueltas por el ciberespacio. Los editores y responsables de la revista me hacen llegar algunos comentarios recibidos, y en general se puede decir que ha tenido bastante impacto y ha generado polémica. No escondo críticas bastante directas a ciertas prácticas del sector, y me consta que algunos (iba a decir «profesionales», pero no sería la palabra más adecuada) se han sentido identificados e incluso molestos (aunque hay alguna errata expresamente para despistar un poco). Pero es lo que hay. Disfruten, si quieren, la lectura en abierto. Y si quieren disfrutar más, suscríbanse en el sitio web de la editorial, que es muy barata, y sale más que rentable (y no, no me llevo ni un duro ni de las antiguas ni de las futuras pesetas).
Pues parece que sí, que algo estamos haciendo mal los editores. En los últimos meses multitud de sitios web personales se han llenando de quejas. Se quejan por varios motivos: porque no pueden abrir el libro que han comprado en su aparato (que compró por mucho dinero con la promesa de usarlo para leer); también porque sí puede abrirlo pero está lleno de errores tipográficos; e incluso porque directamente al libro le falta un trozo. ¿Cómo hemos llegado a este punto? ¿Cómo hemos sido capaces de depreciar tanto nuestro trabajo?
Podemos hablar de culpables, de interesados, de nombres, de apellidos e incluso de razones sociales, pero esto no nos ayudará en absoluto. Tenemos que decidir si lo que queremos es vender libros de calidad para que se valore nuestro trabajo como editores, o si, en cambio, queremos devaluar tanto nuestro producto que se ponga en duda nuestra tarea y finalmente se considere innecesaria.
Un editor que edita en papel y en digital nunca debería tratar uno de los formatos o soportes como subproducto del otro, pero actualmente la realidad es muy distinta. La clave está en el análisis de los controles de calidad a los que son sometidos uno u otro tipo de libros. No son los mismos ni se hacen de la misma forma, pero no deben descuidarse en ningún caso. Vamos a recordar y analizar paso por paso estos controles y la influencia que ejercen en la calidad técnica del libro final.
Es el control más sencillo y básico de todos y hay que llevarlo a cabo siempre en primer lugar. Este control consiste en chequear el ebook mediante unos pequeños programas o scripts de ordenador que realizan una serie de comprobaciones estructurales y de coherencia interna del archivo. Estas comprobaciones garantizan el cumplimiento de unos requisitos técnicos básicos según los estándares del formato.
Este pequeño y rapidísimo control, aunque parezca mentira, no lo pasan un número importante de libros que actualmente están a la venta, a pesar de que muchas plataformas y empresas distribuidoras de libros electrónicos lo exijan.
Consiste en comprobar que está todo el contenido, que se visualiza correctamente en la pantalla del ordenador y que no tiene errores tipográficos, es decir, que está todo lo que debe estar, donde debe estar y se ve como debe verse.
Este control, por absurdo y elemental que parezca, no lo pasan la mayoría de empresas editoras en la actualidad. En muchas ocasiones no lo miran en pantalla, o si lo hacen, no corrigen con suficiente profundidad.
Este es el punto clave donde un editor bien informado y uno mal informado (para ser suaves) diferencian su camino. Muchos editores están mal asesorados (abundan en demasía los asesores que no tienen ni idea del libro electrónico y se permiten el lujo de aconsejar e incluso de dar charlas en grandes eventos editoriales con información errónea y falsa), poco informados, o simplemente que no les importa lo más mínimo el libro en cuestión. En ocasiones confunden los errores de diseño de la maqueta digital con limitaciones del formato, y cuando ven los problemas en la pantalla del ordenador los dejan pasar sin más (y probablemente repitiéndose para sus adentros lo malos y feos que son los ebooks y cómo pueden considerarse libros tales engendros). La realidad, en cambio, es muy distinta ya que una buena maqueta digital, con el texto compuesto por un profesional de la tipografía, tiene poquísimas limitaciones.
En este punto recuerdo irremediablemente el enorme chasco que me llevé al comprar en ebook la edición en castellano de mi novela favorita (no diré nombres, he dicho antes), editada por un muy grande grupo editorial español y escrita originalmente en inglés por un británico nacido en la India. A cada dos párrafos había, como mínimo, dos palabras pegadas. No era un libro barato (aunque no quiero entrar en el debate sobre el precio de los libros electrónicos), la venta se hacía a través de un sistema de protección anticopia que me dificultó enormemente el ponerlo en mi dispositivo de lectura electrónico (tuve que aplicarle un par de medicinas), y aun sabiendo de antemano que tendría estas limitaciones pagué por él (todo el mundo tiene novelas favoritas, ¿no?). Al encontrar tal cantidad de errores me pareció que el editor (ese muy grande, pero que mucho) me había engañado. Este editor, que sí pasó el primer control (porque la plataforma de venta le obligó), ni miró lo que ponía a la venta y antes de llegar a este segundo control de calidad se cansó, se aburrió o vete tú a saber.
En este paso se comprueban los mismos aspectos que en control anterior pero en los ereaders.
Como no podemos comprar todos los aparatos compatibles, ni tendríamos el tiempo de comprobar en todos en esos aparatos los libros que vamos a publicar, tenemos que elegir las prioridades. Lo mejor sería disponer de dos o tres de los modelos que salen cada año y establecer un límite de antigüedad. Para escoger esos modelos tenemos que informarnos de las características técnicas y de los componentes que monta cada fabricante, ardua tarea, pero necesaria, ya que podemos tener 5 marcas que venden exactamente los mismos componentes con una carcasa de plástico diferente (y normalmente a precios muy diferentes). Vale la pena tener siempre alguno de los aparatos de gama más baja y alguno de gama media, puesto que suelen tener más limitaciones (de potencia de procesador, posibilidades tipográficas, firmware anticuado, etc.) que los de gama alta, cosa que nos interesa probar.
Muchos editores (demasiados) lo consideran inútil y prescindible. Ignoran así muchos de los problemas que los lectores de sus libros pueden encontrarse. Hay algunos modelos de Sony que no renderizan bien las íes mayúsculas con tilde a principio de titular (y eso es un fallo del fabricante, sí, pero esos modelos fueron los más vendidos en 2009, y como editores podemos evitar fácilmente este problema). Hay algunas marcas que los márgenes estáticos los convierten en márgenes proporcionales (y sin haberlo previsto, al cambiar el tamaño del cuerpo podemos encontrar márgenes exageradísimos, también podemos evitarlo). Existen multitud de problemas de este tipo que dan mala imagen a nuestro trabajo pero que pueden solucionarse.
El contenido y los estilos gráficos de un libro electrónico están definidos mediante unos lenguajes: XHTML (o HTML) y CSS. Este código es el contenido, aquello que hemos trabajado como editores hasta la saciedad, y si tenemos un código lleno de etiquetas inservibles, mal usadas y sin coherencia tendremos un contenido pobre.
Este paso requiere unos conocimientos que sí son nuevos en este sector, aunque relativamente. El texto etiquetado ya se usaba en las tarjetas perforadas de las máquinas fotocomponedoras (a lo largo de estos años, impartiendo clases de composición de libros electrónicos, el lenguaje etiquetado les resultó felizmente fácil a los que empezaron a componer textos con las máquinas de fotocomposición, a diferencia de los que aprendieron con programas de ordenador directamente).
Este control es, por dos motivos diferentes, muy importante (como los tres anteriores). En primer lugar por el lector, como siempre. Un libro con un código caótico, (lleno de etiquetas inservibles o evitables, con los nombres de los archivos internos largos o con caracteres con tildes, cejillas y demás, así como con espacios en blanco) genera una gran cantidad de problemas en aparatos con poco procesador (ya sean antiguos o recién salidos de fábrica) y aumenta sin razón el peso del archivo.
En segundo lugar por el editor. Ese código, a diferencia del archivo para imprenta, es el contenido en estado bruto, etiquetado por estilos, reutilizable, corregible directamente y otros etcéteras (habréis oído muy diferentes, muy importante ormato ideal para editar, almacenar y recuperar. Si no tenemos ese arhivo en estado se usaba en hablar sobre la edición en XML, los flujos editoriales digitales y demás palabrotas…),es decir, es un contenido en un formato ideal para editar, almacenar y recuperar. Si no tenemos ese archivo en óptimas condiciones estaremos malgastando el tiempo y dinero invertido. En definitiva, lo bueno que tiene la edición digital no lo estaremos aprovechando.
Una vez enumerados ya los controles de calidad específicos de la edición digital centrados en los aspectos de producción (aquí no entran las correcciones ortográficas, ni de estilo, por ejemplo), toca analizar el uso que se hace de ellos. Sin que se le pueda dar mucha fiabilidad, con todas las limitaciones evidentes, me permití el lujo de contactar con unas pocas editoriales conocidas, de todas las tallas de facturación, para estudiar los controles de calidad a los que someten sus libros electrónicos, basándome en estos 4 puntos básicos, y el resultado fue decepcionante. En estas editoriales se incluyen dos de las tres grandes, una de mediana, varias de pequeñas y unas pocas de minúsculas, con lo que creo que se puede extrapolar sin que un sociólogo o analista me corte demasiadas veces la cabeza. El resultado fue que solo una editorial pasaba los cuatro controles de calidad, una de tamaño minúsculo. Por suerte ninguna de ellas se saltaba todos, aunque una de las medianas hacía muy pocos meses que había empezado a aplicar dichos controles. Una de las grandes únicamente pasaba los dos primeros desde hacía unos pocos meses, anteriormente solo pasaba el primero. La mayoría aplicaban los dos primeros controles de calidad y el tercero a medias, corrigen sobre un solo aparato (que es totalmente insuficiente, además en la mayoría de casos este único aparato es un iPad, que no sigue los estándares y/o recomendaciones habituales). Y dos, justamente minúsculas, solo aplicaban el primer control de calidad.
Aproveché para preguntar a las de más confianza sobre quién las había guiado en la toma de decisiones de ese tipo. Todas excepto una respondieron que se basaban en las recomendaciones que les hacían desde su plataforma de distribución de ebooks y en los cursos que habían hecho en sus sedes editoriales o en las aulas de los gremios de editores correspondientes. Con lo que se impone una seria reflexión sobre el papel de estas empresas distribuidoras y de las que forman a los editores en esto de la edición digital.
Vamos primero a los intereses de las primeras, las grandes plataformas de distribución y/o venta de libros electrónicos. Tienen un primer interés evidente por conseguir el máximo número de contenidos, a cualquier precio, su objetivo se marca en ventas, y para ser relevantes necesitan poder disponer del catálogo más amplio posible de libros. Eso es más importante que la calidad técnica de esos libros, pues a más controles de calidad, más lentitud de producción, más coste para las editoriales y, en definitiva, peor para ellos. Por lo tanto, su interés está en poner en libros circulación, aunque estén plagados de errores. Otro interés, en este caso más limitado a un tipo concreto de estas plataformas, está en el hecho de bajar la calidad media de los libros, pues su punto fuerte y sus ganancias están en la autoedición o la producción propia de contenidos. Les interesa que las editoriales sean vistas como intermediarios evitables, y si su trabajo está devaluado, tienen la excusa perfecta ante el lector y toda la industria cultural. Esta es una de las razones por las que debería importarnos nuestro trabajo con los libros electrónicos y, sobre todo, en aquellos puntos que afectan directamente a la percepción que tienen los lectores de este trabajo.
Después hay otros intereses, los de los grandes y no tan grandes centros y empresas de formación que suelen campar a sus anchas en gremios y/o departamentos de recursos humanos de grandes editores. Los cursos que organizan estas empresas plantean un montón de problemas que mágicamente se solucionan con un cheque por delante con más cursos de formación igualmente inútiles o mediante caras sesiones de asesoría y coaching editorial, o con la contratación de los propios servicios de producción editorial.
Inexplicablemente, en el mundo de la edición digital, el auge e importancia (y cuenta de resultados) de empresas y personajes de este tipo ha crecido de manera espectacular ante el tsunami que a supuesto la irrupción a trompicones del libro digital en nuestro país. Se han colado en eventos de gran importancia para el sector (incluso alguna se ha permitido el lujo de desviar impunemente dinero destinado a la innovación en el sector para crear eventos a su medida). Este crecimiento va acompañado de la irrupción de otros actores en campos más técnicos del sector, pero esto no es el tema de este artículo.
En definitiva, que llevamos ya dos años totalmente perdidos en lo que a edición digital se refiere, por culpa de malas políticas editoriales frente a este fenómeno, que han comprado el discurso que les permitía gastar menos neuronas pero más dinero. En pocos años, si las editoriales siguen existiendo, nos daremos cuenta de ello, y toda la enorme inversión hecha hasta el momento habrá sido en vano, con la imagen pública por los suelos y con las cuentas de resultados en la línea de las actuales: dramáticas. Aún estamos a tiempo de cambiar las cosas, pero tenemos que frenar, poner una marcha más corta, y mirar bien por donde circulamos, y si nos podemos permitir poner la marcha atrás y empezar el camino de nuevo, debemos hacerlo, ya que tarde o temprano nos encontraremos allí queramos o no.
Ayer volví de pasar el fin de semana en la capital, con la intención de visitar la Feria del libro de Madrid, a la que nunca había asistido.
Yo me esperaba algo parecido a las mesas que el Día del libro y la rosa inundan las ramblas desde la avenida Diagonal hasta el monumento a Colón de Barcelona. Y eso no fue lo que encontré.
Para empezar encontré casetas más parecidas a la feria que montan en la gran vía de Barcelona cada navidad jugueterías y artesanos. La mayoría de ellas estaban ocupadas por editoriales, cosa que en Barcelona no puede ser (sólo pueden montar chiringo de libros las librerías). Y dura más de dos semanas, no un solo, caótico y frenético día. Ah, y cierran durante el mediodía y la primera mitad de la tarde todas las casetas y chiringuitos.
Me gustó, mucho más que el penoso (cada año más) día de St. Jordi en Barcelona, desde el punto de vista del visitante (y/o de un comprador de libros) y desde el punto de vista del editor.
Centrándome en el punto de vista del editor, creo que la posibilidad de poder poner una caseta en la feria es crucial en estos tiempos. No solo por los beneficios económicos de la venta directa, sino principalmente por la posibilidad de reivindicar su trabajo y visibilizarse. De estar en contacto real con sus clientes finales, los lectores. Siempre es el autor quien tiene contacto con sus lectores/admiradores, pero el editor se ve desposeído de ese contacto, cuando es el más importante que puede tener. El trabajo de un editor no es escribir ni vender, sino transformar lo ya escrito en algo que otro pueda vender mejor. En estos tiempos en que los grandes y nuevos agentes del sector del libro desposeen (o quieren desposeer) al editor hasta de su misma condición, esa cercanía es crucial y necesaria.
Por poner un ejemplo, yo buscaba un par de libros editados por Anagrama, que no encontré en ninguna de las mesas del Día del libro en Barcelona, ni en librerías. Fue en esta Feria de Madrid que hablando con uno de los que me atendieron en su caseta tuve la información que necesitaba. Pero también Anagrama se fue sabiendo que, al menos un descerebrado, esos libros tenían demanda, e igual ante la decisión de si reimprimir o no, teniendo el contacto con los lectores, se lo pueden pensar. Es cierto que todos los editores tienen un teléfono o una dirección de correo electrónico donde poder consultar, pero ya saben que para mí el contacto directo no tiene, por ahora, ningún rival.
Dicho esto, es evidente que hay cosas que tienen que cambiar, mi humilde opinión coincide con muchas de las cosas que se han dicho ya. Para mí no tiene ningún sentido cerrar durante el mediodía de viernes a domingo, así como no tiene ningún sentido abrir durante la mañana entre semana. Creo que se puede aprovechar para cerrar más tarde por la noche y poder hacer actividades donde todas las edades se sientan acogidos y tentados a comprar y leer libros. Y hay que reflexionar también sobre el veto a las librerías on-line. Por último me dispongo a desmontar un mito que los medios de comunicación repiten estos días: no hay igualdad alguna en las medidas de las casetas, los grandes grupos (editoriales y libreros) tienen montones de casetas que juntas hacen un escaparate enorme, y los pequeños tienen que compartir módulos individuales.
Feria del libro de Madrid, hasta el año que viene.
Hoy, por twitter, ha salido por enésima vez la discusión sobre los libros electrónicos de Canción de hielo y fuego, de la editorial Gigamesh de Barcelona. A raíz de ese intercambio de opiniones, que tenía un aire a resignado, José Luis Merino ( @bydiox) ha puesto negro sobre blanco y ha escrito un artículo para su sitio web titulado ¿Veremos ‘Canción de hielo y fuego’ en ebook (y legal)?, que expone el punto de vista general de la mayoría de lectores de la saga.
Antes de exponer mi punto de vista y mi reflexión pausada sobre el affaire, diré que yo me he leído todos los libros publicados en castellano de la saga en mi Kindle. Exceptuando Dominio de dragones (avance de 6 capítulos que regalaron el “Dia del llibre i la rosa”) que no creo que esté por ningún lado en formato electrónico (tampoco lo he buscado). Los he leído en mi Kindle por comodidad, únicamente. No busqué ahorrarme dinero (ya me he gastado unos cuantos euros en esa saga, y espero gastarme unos cuantos más cuando mi tesorería y mi contabilidad vayan más parejas).
También quiero enlazar la razón que esgrime el editor de Gigamesh en el foro Asshai en el hilo sobre la fecha de publicación del quinto libro en castellano: http://www.asshai.com/foro/viewtopic.php?p=527078&highlight=#527078.
Una vez todos presentados, empieza mi reflexión.
El gran mal de la mayoría de editoriales que publican en formatos electrónicos es que la edición no se ha hecho pensando en estos formatos. Vemos miles de ebooks lanzados a la venta sin más pretensión que ser una fotocopia del libro en papel, con sus criterios, aunque estos no tengan ningún sentido en un libro electrónico. No estoy hablando de libros enriquecidos ni de video-juegos con cáscara de libro, estoy hablando de los tipos de libro que llevan siglos entre nosotros.
Desde el punto de vista de una editorial lanzar un libro electrónico “por estar” es un error. Creo firmemente que un producto debe salir en el momento que éste cumple con los requisitos de calidad e imagen que el productor considera que le describen. Y el libro ,sea éste impreso en papel o en formato electrónico, no debe ser menos.
Publicar en formato electrónico tiene que ser una consecuencia de cambios en el proceso de edición, no la causa. Y eso no es nada fácil para ningún tipo ni talla de editorial, a pesar de lo que muchos gurús quieran vendernos.
El gran déficit que hay en este sentido en las editoriales españolas (no conozco el sector fuera de este país) tiene como fruto una gran cantidad de libros en formato electrónico que no pasan los mínimos controles de calidad (ver mi artículo Control de calidad de libros electrónicos (para editores de todas las tallas) ). Especialmente graves me parecen algunos casos de editores que hacen de su bandera la supuesta calidad artesanal de su edición, y allí donde van así lo propagan, que después tienen a la venta libros electrónicos de calidad técnica especialmente mala, creando serias dificultades a los incautos lectores que compraron semejantes despropósitos.
Entrando en el tema concreto, debemos recordar qué es Gigamesh. Para empezar es una editorial, que nace con el propósito de hacer florecer libros de subgéneros como fantasía y ciencia ficción que no se publican en castellano a pesar de su público fiel (como pocos) y su gran éxito en inglés (mayoritariamente). Su existencia pasó inadvertida para muchos (en mi caso la conocía por casualidad) hasta que una de sus apuestas, Canción de hielo y fuego, empezó a tener éxito, y, a raíz de la serie de la cadena de televisión estadounidense HBO, una explosión espectacular. El reto que supuso para esa pequeña editorial hizo que en los primeros meses de esa explosión fuera muy complicado encontrar un ejemplar a la venta de esa saga. Aprendieron, mejoraron sus canales de distribución y, merecidamente, se ganaron sus miles de euros. Justo están saliendo de esta situación, con la presión de no tener a la venta el quinto libro de la saga, que hace más de un año que se publicó en inglés, a pesar de tener miles de lectores reclamándolo, cuando se plantea la cuestión del libro electrónico. Ignoro si tienen o no los derechos de publicación, aunque creo que los deben tener, si no, ya habría sacado el ebook la editorial que los tuviera.
¿Cómo una editorial como Gigamesh se plantearía la publicación de libros electrónicos? Según mi punto de vista hacen bien en tomárselo con calma y que Don Dinero no les haga descarrilar de su vía de política editorial, que personalmente elogio, y tomo como ejemplo en numerosos casos. Creo que deben tomar esa decisión, y que no creo que el sistema de intermediarios sea un problema, sinceramente, si no todo el proceso editorial que hay detrás. No hay que olvidar que Gigamesh es también una librería —un intermediario— y distribuye sus libros y los de otros editores —otro intermediario—.
Desde el punto de vista puramente monetario y/o de las ansias de los lectores, el artículo de José Luis Merino expone claramente las consecuencias. Otra cosa es que al editor le preocupe perder ventas (es difícil perder ventas de algo que no está a la venta) de libros electrónicos, incluso que no vea clara la afectación que puede tener sobre las ventas en papel, etc., pero eso es especular.
Yo incluso iría más allá y plantearía una edición electrónica distinta a la del papel, explotando la virtudes del hipertexto, ampliando (y no enriqueciendo) el libro hasta un nivel no explotado aún (que, salvando las distancias, muchos esperábamos que hiciera el Pottermore). Algo que un gran editor sin más horizonte que la cuenta de resultados mensual no puede llegar a ver, pero que un editor con tiempo por delante y amor y respeto por el género y el libro puede permitirse.
Como dicen por mi tierra: “a poc a poc i amb bona lletra”.
Últimamente nos encontramos por internet multitud de quejas sobre la mala calidad técnica y tipográfica de los ebooks que se venden. Sin entrar en el debate de qué y cómo debemos exigir a los editores a cambio de nuestro dinero, estaría bien empezar a sentar las bases de qué deben hacer los editores para garantizar esa calidad. En los diferentes cursos que he dado estos últimos dos años sobre libros digitales hago hincapié en la calidad, el lector, la limpieza de código, etcétera. Incluso a niveles demasiado puristas, lo reconozco. Pero visto como evolucionan las cosas en la eclosión de la edición digital en este país (España), parece que abundan demasiado las hordas de gurús y expertos consultores que no venden más que humo.
Debemos pararnos a pensar qué controles debemos establecer antes de la publicación y puesta en venta de nuestros ebooks.
El primer control de calidad que debemos establecer es el de que el contenido es el que debe ser, en una etapa previa de la producción del eBook. Una vez producido el ebook tenemos los siguientes controles, menos centrados en el contenido y mucho más técnico y/o tipográfico:
CONTROL 1: EPUBCHECK o equivalente (hay muchos ebooks en venta que no pasan ni esta prueba imprescindible). Hace comprobaciones básicas de estructura interna. Esto debemos exigirlo a quien nos produzca el ebook.
CONTROL 2: CORRECCIÓN TIPOGRÁFICA EN ESCRITORIO, con Adobe Digital Editions y/o Kindle Preview –dependiendo del formato o formatos que pongamos a la venta–, comprobar que está todo dónde y cómo debe estar.
CONTROL 3: CORRECCIÓN TIPOGRÁFICA EN DISPOSITIVOS DE LECTURA, como mínimo en uno, aunque lo ideal es establecer una tabla con características técnicas y tener los más representativos, un Sony o un Kindle no deben faltar en esa lista.
CONTROL 4: LIMPIEZA DE CÓDIGO, como más limpio y claro sea el código –XML, HTML y CSS– del ebook menos problemas nos dará en los múltiples dispositivos a los que no tenemos acceso (pasados, presentes y futuros), y mayor facilidad de reutilización del contenido (incluso para correcciones posteriores) tendremos como editores.
De estos controles, los dos primeros son imprescindibles. No hay excusa que un editor pueda poner para saltarse esas mínimas comprobaciones, que se aseguran, como mínimo, que lo que sale a la venta es lo que quiere vender. Los otros dos controles son deseables, por orden de aparición, aunque hoy en día no conozco editor que los haga siempre (tampoco conozco muchos). Hay que pensar en la importancia de seguir los máximos controles de calidad, ya no por la imagen que damos como editores si sacamos un ebook con errores –que cada uno se aguante su vela–, sino por que nos podemos encontrar con lectores que compran el libro y no pueden leerlo en sus aparatos, aun cuando las especificaciones del mismo aseguran total compatibilidad con el formato en cuestión.
EDITO: para añadir el enlace al trabajo que ha hecho Nuria Rita Sebastián Cisneros ordenando por temas los twitts del #ebookspain del jueves 19 (en el que llegamos a ser Trending Topic #2 en España). Hablamos justamente de calidad en la producción de ebooks y allí salió parte de la idea de este artículo: http://editoraconcarrito.com/separatas/2012/01/ebookspain-calidad-ebooks/
Hace unos días se presentó en sociedad Pottermore, un sitio web que se define como una especie de Fansite sobre Harry Potter, nada más y nada menos.
Es evidente que no se queda sólo aquí. Corren ríos de tinta (o píxeles oscuros en pantallas) especulando modelos de negocio, contenidos multimedia, edición digital, etc.
Incluso se han sucedido los “hurra” por la ganada independencia de su autora frente a los malvados editoriales, lanzando esta plataforma independiente del mundo mundial.
Para empezar, esto son solo especulaciones, nada más. Pero para seguir, antes de limitarse a publicar notas de prensa de agencias que ya han demostrado su falta de periodismo (no hablo de ética, porque para mi no hay periodismo sin ética periodística, es otra cosa), los articulistas deberían, como mínimo, ver la página provisional del sitio web.
Podemos ver, para empezar, un video explicativo donde J. K. Rowling nos explica lo que va a ser Pottermore, habla que, además, va a ser la plataforma de distribución de los eBooks de Harry Potter, así como un portal que va a llenar el hueco dejado gracias a los juicios que la autora ha ganado contra todos los Fansites que los lectores han ido abriendo como setas por todo el interné.
Y poco más: un texto legal bastante bien explicado (ejemplo a seguir), la posibilidad de registrar un correo electrónico para que llenen tu buzón de entrada de spam sobre Pottermore, y una mini-faq que se supone que se irá ampliando conforme se vayan añadiendo servicios.
Esto es hoy por hoy Pottermore. Ahora deberíamos analizar que supone para el mundo editorial, que para eso estamos.
Para empezar cualquier persona se habrá fijado en el logotipo que aparece en la parte superior derecha del sitio web. El logo de SONY. En el copyright nos recuerdan el propietario de la marca Harry Potter: Warner Bros. Enterprise. Vaya, que de plataforma independiente y valentía de la autora ni sombra. Es una plataforma montada por SONY para exprimir los contenidos paralelos y digitales de Harry Potter al margen de su editorial y al margen de las miles de horas empleadas en contenidos gratuïtos que los fans habían creado y que a base de pleitos se han encargado de cerrar (que, por cierto, ahora bien controladito dejaran volver a crear, bajo sus condiciones, y me atrevo a decir que con la cesión total de los derehos a Pottermore). ¿Veis por algun lado el editorial que va a editar esos eBooks? No, porque justamente eso no va a existir. (Aquí empiezan mis especulaciones personales). Estamos ante un nuevo intento de vaciar el mundo editorial, intento que ya han empezado Apple, Sony y, sobretodo, Amazon: actuar como editores sin serlo.
El mundo editorial poco a poco se transforma en una parte más de una mega-industria multiformatos (o transmedia, o como queráis decirle) pero donde el único que pierde es el mundo editorial, empujado por unas élites directivas con cuatro o cinco MBA en cada oreja, que ya deben tener un sillón esperando en algun despacho de Amazon, Google, Sony y similares para cuando se vendan sus mega-editoriales por cuatro duros arrastrados por pérdidas millonarias inevitables.
Pottermore no es más que la visualización clara de este proceso, aprovechando el trabajo editorial que ha convertido a Harry Potter en una serie de best-sellers con su película multimillonaria detrás. Un paso más hacia el desmembramiento del sector editorial hacia el mundo acotado y controlado de los mass-trans-media, perdiendo todo valor añadido, y demostrando, de facto, la inutilidad del mantenimiento de editores que editan como fabricarian cajas de zapatos, de libreros que venden libros como si fueran esos zapatos, de distribuidores que distribuyen como si fueran palés de zapatos, preimpresores que componen como si compusieran instrucciones de medicamentos, etc.
Si el mundo editorial, poco a poco (aunque demasiado rápido) deja de dar valor añadido a su trabajo, cualquier alienígena puede hacerlo, más barato, y con todo un entramado comercial mucho más desarrollado.
Y dejo el desarrollo de estas ideas para otro artículo, que solo quería hablar de Pottermore y la poca utilizacion de neuronas que está copando al articulismo expertólogo español sobre el dichoso portal.