El título les puede llevar a un equívoco, en mi vida no se ha cruzado Teresa en persona, que yo sepa. Ayer murió, y hoy he ido conectando sucesos.
Para empezar, Teresa Pàmies era la escritora más conocida de mi barrio —l’Esquerra de l’Eixample, Barcelona—, y por esta razón desde la asociación de vecinas y vecinos —en la que participo de manera más o menos regular— pedimos al ayuntamiento que el nuevo centro cultural que construyó en la calle Urgell llevara su nombre. Costó mucho, pero finalmente el edificio lleva por nombre «Centre cultural Teresa Pàmies». Por razones de salud no pudo inaugurarlo ella misma. [Nota del ayuntamiento sobre la inauguración]
Me iré atrás, muchos años atrás, sobre mis tiernos 12 meses de vida. Mis padres buscaron en el barrio donde se compraron su piso una guardería para “aparcarme” mientras trabajaban, al tiempo que mi educación y socialización empezaba a caminar. Esa guardería —Escola Bressol o Llar d’Infants en catalán— resultó ser «El Roure», una cooperativa de padres y profesores en la calle Mallorca. Esta guardería se convirtió en pública —Escola Bressol Municipal El Roure— con el paso del tiempo, y justo este curso ha empezado en una nueva localización, en el Centre cultural Teresa Pàmies.
Hacemos un salto hasta mis 9 o 10 años, me pasé un verano devorando libros en la biblioteca de mi barrio —entonces solo había una—, me leía dos o tres libros en una mañana y me llevaba uno o dos más para leer por la tarde en casa, rápidamente me ventilé los libros de la sección infantil —era la biblioteca Lola Anglada, especializada en literatura infantil— y empezé con los libros para «adultos». Esa biblioteca —ahora con otro nombre y especialización— se mudó al nuevo Centre cultural Teresa Pàmies.
Y mirad si es poética la vida, que he acabado trabajando entre libros, he montado una editorial con una amiga y me mudé a escasos 300 metros del centro cultural pocos días antes de su inauguración.
Recientemente hemos visto algunos ejemplos de los desastres que pueden ocurrir en el mundo editorial, y nos ponemos fácilmente a criticar a los profesionales sin saber tan siquiera dónde, en que momento o en que eslabón de la cadena ha ocurrido el error.
Me refiero principalmente al error que tuvo el último libro de Ken Follet en su versión en catalán, que salió al mercado sin dos capítulos, y fueron los libreros los que avisaron al editorial justo el día de su salida al mercado mundial (salía en todo el mundo a la vez). Pero tiene otras consecuencias mucho más graves, puesto que este sistema requiere de profesionales de la logística que con este ritmo de trabajo ponen en riesgo su vida al volante o al manillar. Y es el reciente accidente muy grave de uno de ellos (que no conocía directamente, pero trabaja para uno de mis clientes) lo que me ha motivado para escribir esta reflexión, que todo el sector tendría que hacer por el bien de los lectores y las lectoras, y por la salud de los y las que trabajamos en este sector.
Vivimos en un mundo donde sea la empresa que sea, especialmente las grandes, estamos cautivos de los departamentos de márqueting, que por su propia especialización y formación, poco saben de los procesos y flujos de trabajo globales del producto en cuestión. Los tempos de trabajo se ajustan poco, o nada a la realidad, ni a lo que se necesita para garantizar unos productos y/o servicios de calidad. Y con eso nos encontramos que es un riesgo comprar las primeras ediciones de cualquier libro editado en España (desconozco el sector fuera), por el número de errores, incluso una segunda puede ser arriesgada si no ha pasado un tiempo prudencial (muchas veces es una simple reimpresión, incluso puede estar preparada a la vez que la primera). Las fechas, los “timings”, se preparan de antemano (como es normal), pero se necesita la adecuación que se crea conveniente y su reprogramación constante, puesto que un libro no es un trabajo en serie, ni se puede hacer. Dependen muchos factores, análisis, opiniones, reopiniones, cambios, correcciones, filtros, etc… que hacen que sea casi imposible cumplir la planificación inicial, puesto que es imposible saber cuando el editor, el corrector, el autor, el agente, el compositor, el maquetador, el diseñador (y sus variantes femeninas)… darán el ok definitivo al contenido de su trabajo, y en un sector con tantos egos supremos aún menos, pues puede acabar siendo una batalla entre corrector y autor, entre diseñador y editor, entre compositor y redactor, y aquí nadie da el brazo a torcer (como es normal cada cual sabe de su trabajo más que el resto). Pero en la práctica estas reprogramaciones no se pueden hacer, márqueting ya ha lanzado toda su máquina publicitaria para una fecha, y un retraso es algo impensable (en los editoriales macro y grandes). Así tenemos estos casos, que nadie se dio cuenta que faltaban dos capítulos en un libro, cuando el mismo en castellano si que los tenía, el tempo apretaba, se hizo la traducción y la corrección a partes y nadie tenia una noción completa del libro. Lo extraño es que no hubiera pasado antes (y podría haber pasado en cualquier otro editorial), especialmente en un libro con fecha de lanzamiento mundial (todos los países y lenguas a la vez en todo el mundo) y la versión en catalán que siempre va después que en castellano. Y sobretodo tenemos que pensar en los trabajadores que asumen (a veces con su puesto de trabajo, cuando menos en reprimendas, ya sean de sus superiores, como de su autoexigencia) esos errores, aún trabajando al límite tienen que oír y leer de todo sobre su trabajo, especialmente de personas que no podrían ni sabrían hacer ni la mitad en el doble de tiempo.
Hay otros editoriales, pequeños, nanométricos, que no tienen departamento de márqueting, y es una suerte si el editor puede vivir de ello, que viven a otros ritmos, las cosas están cuando están. Hasta que no está acabada la corrección, o la traducción, no se empieza el paso siguiente, ni se programa. Pero cómo podéis suponer ni la cantidad de personal, ni su facturación, ni su catálogo los hacen relevantes en la cadena de producción editorial.
¿Pero qué es un libro? ¿Qué se merece el lector? A mi juicio un libro poco tiene que ver con esas prisas de las que hablo, su lectura es algo placentero, pausado, relajado, reflexivo, etc. ¿Por qué no puede serlo su producción? ¿Tanto se pierde si sale unos días o unas semanas más tarde? ¿Vale la pena sacrificar la salud de los profesionales de este sector, y por consecuencia la calidad de los libros por esos días o semanas de menos?
¿Que creéis?